Pero no todavía.
Eres paz.
Eres la calma después de la tormenta -y mira que las tormentas las conoces bien-.
Eres la que ha pasado por tanto, y a pesar de todo se sienta a mirarse.
A curarse.
A dejarse curar.
Has sangrado, tienes heridas, no eres perfecta, pero estas en paz.
Eres con quien, entre brazos tranquilos, extrañaré el caos.
Eres por quien, finalmente, me dejaré enseñar.
En tus calles se respira conocimiento, sabiduría.
Decidiste poner la otra mejilla. Y te funcionó.
Te aprendimos, te admiramos. Soñamos contigo.
No son sueños excitantes, son sueños que nos dan paz.
(¿Quién no sueña con la paz?)
En tus calles se funden el sudor y la sangre con la vida y las ganas –quizás por eso el filtro rojo bajo el que te recuerdo -.
Ganas de ganarle al mundo un puestico, ahí, entre París y Barcelona.
Ganas de gente, de culturas, ganas de que te lleven pedazo de mundo tras pedazo de mundo.
Y que ganas de llevártelos, todos, de sentarme contigo y no irme nunca más.
Me das ganas de dejar de ser de ninguna parte.
Y pasar a ser de ti.
Mi puesto está contigo, en calma.
Pero al final del camino.
Aún debo retratar 13 más –parecidas/ distintísimas a ti -.
Y se, que en tu grandeza, no sentirás celos.
Porque sabes que alguna vez seré de ti.
Y tú serás mía.
Esperémonos.
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